Josephine Karwah perdió a su madre, a su padre y a su hermana Salomé. Y su bebé nació muerto en la calle, cuando iba a dar a luz de camino a un hospital. Nadie quiso atender a alguien que había sufrido ébola, ese virus letal que se llevó a familias enteras. Josephine abre el teléfono móvil y muestra el grupo de WhatsApp sentada frente a la pequeña clínica que regenta en la capital de Liberia. Son 81 miembros y todos sufrieron el ébola menos uno, un médico que todavía forma parte del grupo. A veces les da consejos. Otras, solo comparten en el chat penas y alguna alegría. Han pasado 10 años desde que ese virus diezmó su país, pero ellos siguen en contacto. Los dolores permanecen en la mayoría de los pacientes, en sus articulaciones, y los problemas de vista. El grupo de Josephine se llama All Survivors. Estamos en Monrovia. El mar ha vuelto a hacer de las suyas y ha impactado en la costa liberiana y, en especial, en West Point, el barrio chabolista más grande de la ciudad, donde las calles son tan estrechas que tienes que pasar de lado. La arena es una manta de plásticos y suciedad donde juegan los niños mientras otros, más mayores, preparan pescado. Es domingo y no hay mercado.
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