Si, como hemos visto últimamente, el Premio Velázquez no estuviera dedicado a la fabricación política de un arte puramente gubernativo, un pintor como Juan Uslé ya lo hubiera recibido hace tiempo (y mucho antes, claro, Cristino de Vera, José María Yturralde o Aurèlia Muñoz). La gran exposición Ese barco en la montaña, resumen de 30 años de pintura, magníficamente comisariada por Ángel Calvo Ulloa, nos pone delante de los ojos una evidencia que, por lo visto, es en vano querer explicar a quien no la percibe. Por si no fuera suficiente, un rato de charla con el propio Uslé desvela señales inequívocas: su lectura de Velázquez, pájaro solitario o su gusto por la pintura de Ortega Muñoz (y por la de Mark Rothko o Sigmar Polke, naturalmente) no hacen sino ratificar la certeza de encontrarnos ante el otro arte, el arte verdadero.
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