
“Mi casa tendría los metros cuadrados que tiene esto y vivíamos mi abuelo, mi madre, mi hermano y yo. Era la más pequeña de las de toda mi pandilla, pero siempre estaba llena de gente. He podido cumplir sueños en mi vida, pero como este…”. Pablo López (Fuengirola, Málaga, 39 años) se muestra abrumado mientras enseña su nuevo estudio de grabación. Separado por apenas 20 metros de jardín de su recién inaugurada casa, en un municipio al oeste de Madrid rebosante del tipo de chalets que brotan en las cuentas de Instagram de los futbolistas top. El espacio, de paredes rojas y suelos de madera, cuenta con ordenador y micrófono, varias guitarras y una batería. Y, por supuesto, el indispensable piano gracias al cual el artista se ha convertido en una de las figuras más consolidadas de la industria musical española de la última década. “Es un privilegio venir aquí sin molestar a nadie y con todo acondicionado. Es un nicho de creatividad absoluta. A veces me da hasta pereza cruzar a la casa para coger un vaso de agua”, corrobora el anfitrión.


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